sábado, 26 de enero de 2013

EL BAR DE LOS SENTIMIENTOS


Era medianoche en el Bar de los Sentimientos cuando dos de ellos salieron a la puerta por separado.

- Perdona, ¿tienes fuego? – preguntó Amor con amabilidad.

- Si claro, toma. – contestó Soledad sin terminar de mirar a quien le había preguntado.

Antes de devolverle el mechero con el que se había encendido el cigarro, Amor intentó entablar una conversación.

- Creo que te conozco de algo pero no sé de qué.

- Pues la verdad es que no suelo venir mucho por aquí… ni por ningún sitio. – contestó Soledad.

- Yo soy Amor. – dijo extendiendo la mano amablemente.

- Yo Soledad.

Entonces Soledad extendió la mano para cumplir con las normas sociales y notó un tirón que la obligó a recibir un beso de Amor en cada mejilla. Esto le provocó un ligero sonrojo y un pequeño y extraño mareo que quiso olvidar rápidamente mirando hacia otro lado y dando una calada a su cigarro.

- ¿Te importa si te hago una pregunta? – dijo Amor mientras crecía más y más su curiosidad.

- Pregunta – contestó Soledad con desgana.

- ¿Quién eres?

Parecía una pregunta muy ambiciosa para lo poco que se conocían y no esperaba una respuesta concreta, pero Amor sabía que ninguno de los dos estaba allí por casualidad.

- ¿Quién soy? – sonrió de medio lado y se lanzó a contestar sin saber muy bien por qué – soy un cigarro sólo en la puerta de un bar, un paseo en mitad de la noche de vuelta a casa. Soy la mano extendida en la cama que no encuentra a nadie, los buenos días que no se pueden dar. A veces me siento deseada y muchas veces odiada… y a veces estoy sola y otras veces, como hoy, rodeada de gente sin que nadie se dé cuenta.

- Parece que hoy has conocido a Sinceridad. – dijo Amor bromeando.

- Y tu, ¿quién eres?

- Yo soy un paseo de la mano al atardecer, un abrazo sincero, una caricia por debajo de la mesa. Soy la mano extendida en la cama que encuentra a alguien o un beso de buenos días. Mucha gente no me cree, pero si les digo que soy dos ancianos al calor de una estufa o una mirada eterna sin llegar al beso, empiezan a dudar. Podría pasarme horas diciéndote quien soy pero no te veo muy cómoda y se nos ha terminado a los dos el cigarro.

- No te preocupes tengo mucho tiempo para estar sola. – contestó Soledad con ironía.

Se abrió la puerta del bar y alguien salió con intención de irse a casa.

- No sabía que os conocíais. – dijo sorprendida - ¿alguno de los dos me puede llevar a casa?

Amor y Soledad se miraron fijamente, ninguno tenía ganas de marcharse todavía pero al final uno tomó la decisión con resignación.

- Claro Desesperación. – dijo Amor – hoy te vienes conmigo.












DR. BARNEKOW

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